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Sobre mí

Mi camino en la psicología

Mi primer contacto con la psicología fue a los 11 años. A raíz de un problema médico, desarrollé síntomas de ansiedad y, en algunos casos, ataques de pánico.

 

Todo comenzó de forma inusual: en las comidas, después de apenas unos bocados, el estómago se me cerraba. Sentía sudor en las manos, falta de aire y una intensa sensación de que algo estaba mal, como si estuviera por tener un infarto. Con el tiempo, esa sensación empezó a adueñarse de mis días, al punto de dejar de ir a juntadas con amigos si implicaban dormir afuera. A los 12 años me impidió ir al viaje de egresados de primaria, una experiencia que todavía lamento no haber vivido.

 

Durante un tiempo intenté sobrellevarlo como podía: comer más liviano, forzarme a acompañar a mis amigos… pero la alerta constante me impedía disfrutar de casi nada.

 

Todo cambió cuando conocí a mi primera psicóloga, Josefina. En la primera sesión hice algunos dibujos, respondí preguntas y aprendí ejercicios de respiración. No recuerdo cada detalle, pero sí tengo muy presente la calma que sentí en ese momento, junto con la luz que entraba por la ventana. Me dio esperanza: no solo se podía disminuir ese malestar, sino que, por momentos, podía desaparecer. Después de unos meses de tratamiento, recuperé la normalidad y pude disfrutar plenamente de mi adolescencia.

 

En la secundaria, mi rendimiento siempre fue suficiente, promediando lo justo para aprobar… hasta que en la materia de Psicología obtuve un promedio anual de 9,66. Más allá de la nota, lo que me marcó fue la curiosidad: esperaba cada clase, me gustaba escuchar al profesor, investigar no era una obligación.

 

Al terminar el colegio estaba indeciso sobre qué estudiar. Mis notas me hicieron pensar rápidamente en psicología, pero un test vocacional me indicó que no era de las mejores opciones. Confié en el resultado y elegí otra carrera, en la que duré menos de un año.

 

Fue allí donde realmente descubrí mi vocación: la noche previa a un parcial, a las tres de la madrugada, una amiga me llamó angustiada. No dudé en quedarme con ella hasta que se sintió mejor. Al día siguiente, en el colectivo rumbo al examen, tuve una certeza: jamás me levantaría a esa hora para hacer el trabajo de la carrera que estaba estudiando… pero para escuchar y ayudar a alguien, sí.

 

Cuando inicié Psicología en la universidad, todo me resultaba fascinante. Durante tres años elegí cátedras de psicoanálisis, hasta que empecé a cuestionar su método y fundamentación. Me preguntaba cómo sabía un profesional que su intervención estaba funcionando. Esa búsqueda me llevó a la Terapia Basada en Evidencia (TBE), que elige sus técnicas porque han demostrado científicamente su eficacia.

 

Al recibirme, sentí que la facultad me había dado una base sólida, pero necesitaba mayor conocimiento técnico y práctico para ofrecer un tratamiento confiable y efectivo. Por eso inicié un posgrado de especialización en este enfoque.

Hoy, mientras repaso mi historia, sé que cada paso —los aciertos y los tropiezos— me trajeron hasta acá. Mi vocación nació de experiencias que me marcaron y hoy la pongo al servicio de quienes buscan un cambio real en su vida. Después de dudar, cambiar de rumbo y volver a elegir, llegué a un lugar donde mi trabajo y mis valores se encuentran. Ese es el espacio que hoy comparto con cada persona que confía en mí.

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